Arminda Aberastury, Caso de Dora de 8 meses en el grupo de madres

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En este tiempo de nacida su madre que en general era cariñosa y paciente empezó a mostrar incapacidad para comprenderla y la retaba con frecuencia; la madre señaló al mismo tiempo que era notable cómo se movía, gateaba y trepaba por todas partes. Se le mostró su dificultad en aceptar el crecimiento de la hija que, al moverse por sus propios medios, se separaba de ella. En esa misma época también se mostraba impaciente con la persona que le ayudaba con la niña, y terminó despidiéndola aunque razonablemente comprendía que la necesitaba mucho y que Dorita sufriría por esa pérdida. Cuando relató esto en el grupo de terapia de madres, se le pidió que detallase la actitud y las circunstancias que habían provocado el despido y la respuesta afectiva de Dorita. Contestó que la niña se manifestó muy enojada; ella había hablado muy mal de la nana, sintiéndose muy molesta al comprobar que su hija la quería tanto y la extrañaba. Le hicieron notar en el grupo que la relación entre su impaciencia por el crecimiento de Dorita y el haber despedido a Josefa, comprendiendo que había desplazado a la nana sus deseos de “ echar a la hija”, como si dijese:” ya que quieres irte de mí, vete.”

Relató en la siguiente sesión que había quedado impresionada al comprobar cómo una niña de 8 meses comprende todo cuanto se le dice: al volver a casa después de la sesión anterior, habló con Dorita como si fuese una persona mayor. Le dijo que comprendía que había actuado mal echando a Josefa, que ésta no era mala, como había estado diciéndole todos esos días y que iba a llamarla para que volviese. Dorita, luego de escucharla atentamente, le dio un beso y se quedó dormida en sus brazos.

Una vez más comprobaron lo eficaz que puede resultar la labor en el grupo; esta madre hizo consciente los motivos de su rechazo a la hija y de su actuación compulsiva al despedir a la nana; lo que le permitió modificar su actitud. Además, permitió corroborar una vez más cómo un bebé de 8 meses comprendíó el lenguaje de los adultos. La misma niña, al tener 15 meses, amaneció una mañana con un fuerte dolor en el cuello y un poco torcida hacia el lado izquierdo. Cuando la madre relató esto en el grupo, la terapeuta le preguntó si por la disposición de las habitaciones era posible que la cabecita de Dora se torciese orientándose hacia la habitación de los padres. La madre dudó y comprobó asombrada que así era y agregó: “Parecía como si hubiese girado el cuello para llegar a nuestro cuarto”. Dijo luego que ella y su marido se despertaron muy apenados porque en la noche no habían oído el despertador que siempre sonaba a las 2 de la mañana. Como el grupo no comprendía el motivo de su conducta, le preguntaron por qué ponía el despertador, y ella señaló que como Dorita dormía muy desabrigada se enfriaba, y ellos cada noche se levantaban a taparla. Comprendió pronto que aunque intentaba dar motivos racionales que la justificasen por no ponerle ropa abrigada, las otras integrantes del grupo le rebatían cada argumento, hasta que se vio forzada a pensar por qué le hacía dormir con un camisón escotado, para luego levantarse y abrigarla. Le señaló que en ésta, como en otras ocasiones, se expresaba su pena de ver crecer a Dorita e independizarse; que también había tenido conflictos con la hija cuando ésta había empezado a caminar y a dar signos de independencia.

Arminda Aberastury, la terapeuta, le señaló que con su conducta en la noche buscaba mantenerla ligada a ella, como cuando era un bebé, y se levantaba de noche para alimentarla. Le hizo ver el dolor de Dorita y el que hubiera amanecido con el cuello torcido como vinculado al movimiento que debía hacer cuando dormía y esperaba que sus padres llegaran. Como no aparecieron, se movió en dirección a ellos y quedó esperándolos. Luego de esta explicación, dijo que ahora comprendía algo muy raro que había sentido esa semana. Veía jugar a Dorita tan feliz e independiente lejos de ella y le dio tanta pena que sacó un chupete que tenía guardado desde la época en que ésta era bebita y se lo puso en la boca, como cuando era pequeñita. Este recuerdo, asociado  al señalamiento, justificaba plenamente el sentido que Aberastury había dado al dolor de Dorita.

  • Bibliografía.

ABERASTURY, A. (1962). Teoría y técnica del psicoanálisis de niños. Buenos Aires: Paidós, 1962.

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