Sebastián ¿Autista? La ruptura del sostén narcisista hijo-madre a edad tan temprana
El observador
Sebastian, llegó a consulta con Françoise Dolto en el año 1946, como esquizofrénico mutista o autista, contando con 7 u 8 años de edad. Un niño triste, apático, perdido, no jugaba ni se fijaba en nada; no había palabras dirigidas al niño, la función simbólica se vio perturbada, resultando en desórdenes fisiológicos.
¿ Si Sebastián pudiera contar su condición?
Mi nombre, Sebastián, me hace sentir una referencia a algo de mi. Entre mi mundo de terror se encuentra el de no poder desprender las heces; eso del cuerpo fuera de mi. No encuentro referentes a un cuerpo; los movimientos, los olores. El olor con mi madre no lo volví a recuperar desde que tenía 4 meses de nacido. Perdido entre olores desconocidos me hacían experimentar sensaciones de cuerpo fragmentado. Es decir, cada fragmento de cuerpo funcionando por su propia cuenta, en un caos. Nada ni nadie me hace ya experimentar momentos de integración o de una imagen de cuerpo oral, anal.
Lo que como nada tiene que ver con un proceso, o sea: incorporar, introyectar (identificación) y eliminación. La sensación no es de pérdida, sino de desaparición, de no existir mas. Si defeco desaparezco.
Versión de Francoise Dolto.
El niño había sido alimentado al pecho hasta los 4 meses en que coincidió con que la joven pareja, padres de este primogénito, se tuvieron que mudar de casa tres veces en una semana; buscando contar con una vivienda definitiva, la madre volvió a trabajar. Además del cambio de vivienda inició un cambio de cuidadoras. La tercera de estas mujeres, que en realidad ni la madre, ni el padre, ni el niño conocían, llegó una tarde en que esta tercera cuidadora le dijo: “Su niño está en el hospital, tuvo una diarrea verde a las once” (190). Es en este momento que le comenta que ella había estado al cuidado de un bebé que había muerto de eso y era la razón por la que inmediatamente lo había llevado al hospital. Al llegar donde estaba internado su bebé, le dijeron que no habían visto diarrea pero que estaba en observación. En realidad la madre lo fue describiendo como un niño estreñido, “al que le aterraba defecar”(191); cada 15 días, aullando de dolor, expulsaba una enorme masa fecal, que no acababa de aliviarlo. Entre indicaciones de supositorios, un médico le curó una fisura anal y luego extrajo con anestesia y en presencia de la madre, un fecaloma del tamaño de la cabeza de bebé. La extracción de este “cuerpo extraño fecal” que hacía aproximadamente 4 años el niño llevaba y luego con el tratamiento emprendido con Françoise Dolto en el que le verbalizaba todo lo ocurrido en presencia de su madre, le permitió a Sebastián sentarse y encontrar placer comiendo de todo.
En el caso de Sebastián cuando la madre ante los cambios de vivienda realizó una entrega de su hijo a las cuidadoras, al grado de ni siquiera darse cuenta de lo que le sucedía. La madre recordó con Françoise Dolto cómo su hijo, en el desamparo, aislado en el hospital detrás de un cristal, quedó irreconocible; lo explica como una falta en la imagen olfatoria, al faltarle el olor de la madre, “el la buscaba, cuando la divisaba tras los cristales del recinto; al comienzo gritaba, pero al cabo de tres, cuatro días, se había puesto indiferente”(192). “El esquema corporal se ventila mal cuando el niño sufre, en la imagen del cuerpo olfativa, por no reencontrar el olor de la madre amada” (192).
En el caso de Sebastián el corte de la relación narcisista de la madre con su bebé, fue tal que ni los referentes imaginarios del cuerpo lo ayudaban a mediatizar la situación extrema; finalmente el sujeto se perdió por no tener un objeto para su deseo.
Sebastián había sufrido de un desajuste de su imagen peristáltica digestiva, cuando se vio más que rechazado, sin sostén narcisista y depositado con tres cuidadoras; la tercera de las cuales recibió al niño a las 8 de la mañana y a las once se encontró con una diarrea, que dada su experiencia de muerte con otro bebé, lo llevó al hospital. Estando Sebastián en el hospital aislado sufrió una “profunda regresión” agravada por una bronconeumonía. La imagen funcional se inmobilizó y no centraba la imagen funcional del tubo digestivo con el trayecto del contenido alimentario según el esquema corporal. De risueño precoz se había vuelto triste, apático, perdido, no jugaba ni se fijaba en nada. Un caso dramático, que en la medida que ya no había palabras dirigidas al niño, la función simbólica se vio perturbada, resultando en desórdenes fisiológicos, actuando los efectos mortíferos sobre la desorganización y la pérdida de las imágenes del cuerpo; se fue perdiendo el entrecruzamiento de las imágenes del cuerpo regresivas con el esquema corporal.
En el caso de Sebastian sólo le fue reconocido el cuerpo como objeto, no como representante del sujeto que hay en el niño; “de lo que se habla es de los síntomas del niño, pero a su persona, lamentablemente, no se le habla más”(193). La madre le había hablado durante los cuatro primeros meses, pero a raíz de encontrarse trabajando, él en el hospital y ya en el nuevo departamento, ya no le hablaba “ni a él, ni de él”(193).
Nadie había advertido que Sebastián había perdido su espacio de seguridad y las mediaciones por medio de la palabra de la madre, de las imágenes del cuerpo, “la imagen deviene muda para él, y lo reduce a un esquema corporal en lucha con las pulsiones de muerte“(189). El síntoma aparece así como equivalente de lenguaje destinado a los padres; es decir, eso que se calla se manifiesta en el síntoma.
Sebastián, considerado como autista, el tratamiento, que consistió en verbalizarle todo lo sucedido delante de la madre, mostró, como explica Dolto, considerable mejoría observada en los ajustes entre su esquema corporal y su imagen de cuerpo anal. Ahora bien, como Dolto considera, la psicosis no se curó.
BIBLIOGRAFÍA
DOLTO, F.(1984). La imagen inconsciente del cuerpo. Barcelona: Paidós, 2013.
RABADÁN F. C. (2017). Cuando la madre le deja de hablar a su bebé. Revista Letra en Psicoanálisis. Vol. 3, Nº 1, enero- junio.