La Danza por la vida (4ª parte)
Por Lucía Blanco
En artículos anteriores, hablé de las 5 líneas de vivencia o potenciales genéticos y los 7 poderes a través de los cuales la Biodanza, encuentra sus bases.
Se trata de danzar y de encontrar el propio movimiento y expresión, a través de conectarse con el ritmo y la música. No es bailar, ni hacerlo bien o no, no se califica ni se enjuicia. En la danza está uno y cada quien encuentra su movimiento a través de la propia experiencia y emoción. De esta forma transferimos lo que pasa en la biodanza hacia lo que sucede en la vida; en la medida que se va encontrando el ritmo propio, se va hallando el propio lugar en el mundo. La biodanza es, en palabras de Verónica Toro[1], hija de Rolando, y de Raúl Terrén, su esposo: “vivir emocionadamente, enamorarse de la vida”. Para mí la biodanza representa mi camino. En mi historia de vida siempre he sido una persona dedicada al estudio y a los ámbitos tanto académico como empresarial. En el primero me he desarrollado siendo hasta la fecha estudiante y maestra a nivel posgrado, mientras que en el segundo tengo 35 años de desempeño profesional. Además, desde los seis años de edad he tenido, hasta el día de hoy, una formación artística, he estado rodeada de música, canto y baile. Encuentro en la biodanza la unión de mis dos pasiones: la docencia y la danza. Después de practicar este sistema de vida, durante dos años, decidí que eso quiero hacer el resto de mi vida, dedicarme a dar clases de esta técnica, para lo que me formé como maestra en Argentina.
Desde la biodanza, en la integración y reconstrucción de la memoria celular que genera, se responden tres preguntas existenciales: 1) ¿dónde quiero vivir?, 2) ¿con quién quiero vivir? y 3) ¿a qué me quiero dedicar en la vida?
El trabajo de estos siete poderes, a través de los cinco canales desde donde se estimula la vida, mencionados en artículos anteriores, hacen de la biodanza una experiencia difícil de describir con palabras, pero subrayaría que justamente es eso: una experiencia y que Isadora Duncan, famosa bailarina en el siglo XIX, describe magistralmente la experiencia en una frase: “Si pudiera decirlo, no tendría que danzarlo.”
[1] Verónica Toro y Raúl Terrén, Biodanza: poética del encuentro, Buenos Aires, Grupo Editorial Lumen, 2008, pág. 26. 42